jueves, 31 de diciembre de 2015

La barca.



          Él nació en un pueblo de pescadores. Se crió junto al mar entre nasas, redes y aparejos de pesca. La niñez lo dejó crecer fuerte y sano entre el puerto, la playa y una gran familia marinera. Los años le fueron dando ese carácter fuerte y recio de los hombres apegados a la mar y a la libertad que de ella emana. Pero también le regalaron la misma sensibilidad que tiene la brisa al llegar junto a la playa y esa bondad innata de los que cuidan y respetan la naturaleza que les rodea y les alimenta.
         Esa mañana el puerto estaba casi desierto. Aún no llovía, pero la tormenta no tardaría en llegar. Sin embargo, él estaba allí. Se había empeñado en dar los últimos toques a la pintura de su primera barca. Sí, por fin, por fin tenía algo suyo. Se le habían ido en la compra todos sus ahorros de los últimos años,  pero había merecido la pena. Había decidido pintarla de un rojo brillante y alegre, como sus días. El hueco en blanco esperaba por un nombre. Todavía no lo había decidido. No lo sabía pero la esperaba a ella.
     Ella sólo era una forastera, una aventurera que vendía lo que hacía con sus manos para ganarse la vida, bolsos de tela, abalorios, pañuelos pintados a mano... Apareció ese día gris a comienzos del invierno, uno de esos en los que nadie, ni el marinero con más experiencia, se atreve a desafiar al oleaje y al viento. Llegó envuelta en un chal de paño de vivos colores sobre un vestido largo de flores, que solo dejaba al descubierto unas sandalias, gastadas por el paso por tantos caminos y atadas a unos pies casi perfectos. Una mirada bastó. Su melena rubia, su piel tostada por el sol y aquellos ojos de un color profundo e indefinible daban a su rostro un halo especial que lo dejó casi sin habla y sin respiración. Y llegó la tormenta.
     Hubo noches y días de mal tiempo, de lluvia constante, de truenos y relámpagos. Tiempo de descanso para los marineros. Pero junto a ella sólo hubo días de sol y noches cálidas. Tiempo para compartir y soñar despiertos.
       Pasó la tormenta. Ella volvió a la tierra y los caminos a los que pertenecía y él volvió a sus redes y a su mar. Se dejaron marchar con la misma calma con la que la arena recibe a las olas en su ir y venir, con la misma paz con la que las montañas despiden al sol y reciben a la luna en su paseo diario... Así se dejaron ir...porque así debía ser.
      Por fin ha terminado de pintar la barca. Lleva su nombre grabado en la popa,  sobre el mismo rojo, brillante y alegre, de los días en que la quiso.








sábado, 28 de noviembre de 2015

Noviembre.



      Era primavera, una tarde de cielos despejados y temperatura agradable. Dejé en el suelo la última de las cestas que quedaba en el rellano de la escalera y decidí parar. El resto de la mudanza podía esperar. Saqué de una de las cajas de cartón que habían colonizado el apartamento,  algo de ropa cómoda y decidí salir a conocer un poco el barrio al que hacía apenas dos días acababa de llegar. Estaba cansada, las semanas anteriores habían sido un no parar entre idas y venidas, papeleos, firmas y despedidas. Necesitaba relajarme al menos por unos minutos, tomar el aire y empezar a conocer todo lo que me rodeaba, nuevas calles, nuevas gentes y nuevas sensaciones. Me había decidido por esa zona porque justo enfrente del edificio existía una amplia zona verde. Cuando abrí por primera vez el ventanal del salón y escuché el canto de los pájaros que llegaba desde allí supe que ese sería mi nuevo hogar. Y allí estaba por fin,  con mi chándal y mis zapatillas dispuesta a tomar posesión de tan preciado tesoro, césped de un verde limpio, árboles de hoja caduca, flores silvestres,... aquello era un paraíso en medio de la ciudad. Había elegido bien y sólo por eso me sentía más feliz de lo que lo había estado en mucho tiempo.
    Entre las primeras veces de esa tarde también recuerdo, como si fuera ahora,  el momento en que me crucé contigo. Realmente no me fijé en ti sino en tu perro, porque más bien pareciera que era él quien te paseara a ti y no al contrario. Un labrador enorme de patas robustas, pelaje blanco y  grandes y tristes ojazos tiraba de la correa con tal fuerza que era inevitable darse cuenta de quién de los dos marcaba el ritmo del paseo. Me hizo tanta gracia la escena que en mi rostro apagado por el cansancio se asomó una sonrisa espontánea. Y a ti de repente, azorado, te entraron las prisas y desapareciste por el camino entre los árboles. 
    Pasó el verano, llegó el otoño, llegó noviembre con otro paisaje y otros aires más frescos anunciando los próximos fríos 
    Los paseos por las tardes se convirtieron para mí en una costumbre y con el paso de las semanas y los meses los encuentros en apariencia fortuítos, en una necesidad. 
    No sé  ni quiero saber si alguien espera a que vuelvas a casa para cenar, para ver una película en el sillón, frente a la televisión o para que escuches desganado cómo ha ido el día. Tu tampoco sabes que vivo sola desde hace tanto tiempo que ya no lo recuerdo y que eres el motivo de que me levante cada día.
    Paseamos juntos en silencio desde la primavera. Este noviembre de hojas secas, tardes grises y lluvias intermitentes aún no nos ha traído el valor. El valor para olvidar los temores, las rutinas, los fracasos, los remordimientos, el dolor,... Tal vez porque todavía no son necesarias las palabras. Nos basta esa sonrisa de nuestros ojos cuando se encuentran y crean un momento mágico y perfecto donde nada más cuenta, ni siquiera el tiempo.

martes, 17 de noviembre de 2015

Historia de una lágrima.

     


    Por fin he conseguido levantarme. Me siento débil y cansada. Necesito tomar agua y comer algo. Arrastro mis torpes pies hacia la cocina y ahí están tus huellas. Supongo que anoche alguna gota del aceite de masaje resbaló por tus manos en el camino que recorrían hacia mi espalda y fue a parar al suelo. El contorno casi perfecto de tus pies, como si sobre la arena se hubiesen dibujado, me invita a seguir hacia el salón. Cada uno de esos pasos me devuelve a las risas y las miradas cómplices de nuestros juegos, buscándonos mientras buscábamos la cama.  No, no quiero recordar.
    Siento un vacío terrible en el estómago y una oportuna náusea hace que desista de comer... Tal vez una ducha me siente mejor. Ya en el baño me recibe tu imagen en ese gesto cotidiano de cerrar los ojos mientras el agua corre por tu cara. Te miro. Allí están tus ojos que también me miran y sonríen. Allí están, allí estás,  aunque yo cierre con fuerza los míos, queriendo no verte. 
    Desisto de la ducha y  vuelvo a mi cama, ahora tan grande y tan vacía... tus manos, tu boca, tu sexo,  tus ojos... en un continuo ir y venir, como flashes disparando desde mi otro yo, desde mi memoria.... tu olor entre las sábanas. Y tu presencia en mi piel y más adentro, allí donde tal vez esté mi alma.
     Mil preguntas sin respuesta resuenan en mi cabeza... Qué hago yo sin tí... Qué hago yo con mi vida sin tí... Qué hago en esta casa sin tí... Qué sentido tiene quererte así y no tenerte. Me miro al espejo y el espejo me devuelve la imagen de la mujer que nunca quise ser, vencida, frágil,...No estás aquí pero te escucho de nuevo decir: sé inteligente, sé más inteligente de lo que yo he sido y cuídate mucho...
     Y explota en un segundo tanta angustia. Lloro por fin, abatida, exhausta.  Pero en este momento no lloro por tí . Lloro por mí y por esta infinita sensación de soledad que me invade cuando tú no estás. Un escalofrío. Un temblor. Una única lágrima recorre mi rostro. Una, no más.  

lunes, 9 de noviembre de 2015

Un tal Ernesto.



       En aquel momento la puerta de nuestro dormitorio se abrió con fuerza y tu desagradable olor, cargado de alcohol y sudor rancio, lo invadió todo. Un terrible escalofrío recorrió mi cuerpo. A oscuras, tiraste de mi brazo y me sacaste de la cama, me arrancaste el camisón haciéndolo pedazos y me arrastraste al suelo. Yo solo podía gritar y, entre sollozos, pedirte que no lo hicieras, pero no te detuviste. Sin atender a mis súplicas me agarraste del cuello mientras me gritabas un "¡Cállate perra!" que se clavó en mi alma con tanto dolor como tus dedos en mi garganta. Ví horrorizada cómo te bajaste la cremallera y te quitaste el pantalón, ya no quise ver nada más. Te lanzaste sobre mí sin pudor ni contemplaciones. Tu violencia me destrozó por dentro y lo oscureció todo. Como un vampiro me inoculaste en esa noche toda tu maldad, y te llevaste mi alegría, mi dulzura, mi humanidad.  Hiciste que no quedara el menor rastro de aquella mujer feliz que un día fuí... 
     Y ahora Ernesto, treinta años después de que ocurriera aquéllo y de guardar silencio sobre este terrible secreto me pides que te perdone? ¿Solo porque te estas muriendo? Había olvidado que los miserables y los cobardes también tienen  de eso que llaman conciencia... No Ernesto, no me supliques.... Yo llevo treinta años muerta. Prueba ahora un poco de tu propia medicina y rinde cuentas a quien después del último estertor te esté esperando...

lunes, 26 de octubre de 2015

Sin mañana.

   


      Abrió el desvencijado armario ropero donde escondía aquellas píldoras de colores que le hacían sentirse tan bien. No soportaba el dolor. Necesitaba un respiro, necesitaba dormir, necesitaba olvidar. Hacía meses que en su vida nada era como debía ser. Vivía de prestado en una vieja casucha destartalada en medio de aquel casi bosque que una vez, hace mucho tiempo, había sido un frondoso jardín. Había perdido su último trabajo, uno más... Aquella vocecita en su cabeza no paraba de repetirle que ya no servía para nada. El dolor lo había vuelto cada vez mas arisco, mas insociable. Sus amigos hacía tiempo que ya no le llamaban. Ahora era un don nadie sin oficio ni beneficio, un hombre sin mañana, así que a nadie le importaba. Llenó el vaso de agua y puso dos pastillas en la palma de su mano. Las miró y pensó que tal vez nunca tuvo amigos. Puso otras dos,... y otras dos,... y dos más. Recordó la tarde de su marcha , unas palabras huecas, una última caricia y un beso frío de despedida. El principio del fin. Ella ya no estaba. Y sin ella,  el hombre a quien amó tampoco existía ya. De él solo quedaba un cuerpo ruinoso y más dolor, el dolor punzante y amargo de la soledad. Demasiado cansancio en un alma donde ya no había lugar para el perdón ni para el olvido. Vació el tubo completo de pastillas sobre su mano y tragó saliva. Había llegado el momento, para qué esperar más.

domingo, 30 de agosto de 2015

Pequeñas locuras.



     Intentaba recordar en qué momento me dejé convencer por ella. Tenía que haber hecho caso de mi instinto y negarme a aquella locura, pero sencillamente no quise. Tal vez fue el azul de sus ojos o la tibieza de su piel los que me empujaron a meterme en aquel lío. O simplemente que entre adolescentes no hay espera, ni sacrificio, ni desconsuelo que valga. Pesa siempre más la inmediatez de ver los deseos cumplidos que la prudencia y la cordura.
     Y allí estábamos ahora los dos, agazapados tras un montón de cubos, fregonas y trapos, en aquel cuartucho que apestaba a humedad y a polvo, temblando y queriendo que los minutos volaran.
     Unos pocos días atrás Selena me había contado que había hecho una copia de la llave de la casa de su abuela y que podíamos ir a pasar una tarde allí los dos solos, sin nadie que nos molestara. La casa estaba vacía desde que su abuela había muerto, hacía un par de años, y su padre solo iba algún fin de semana a cuidar del jardín. Pese a mis protestas y mis negativas iniciales, su mirada llena de picardía y aquella sonrisa que me tenía cautivado, terminaron por derrotarme.
   Había conocido a Selena el verano anterior pero hasta mediados de curso en que coincidimos en unas Jornadas por la Paz organizadas en el Instituto, no había empezado a verla asiduamente. Hoy éramos inseparables. Estábamos enamorados y felices. Necesitábamos un lugar donde vernos lejos de las miradas y los cotilleos de nuestros compañeros y de los amigos del barrio...y la casa de la abuela era el lugar ideal.
    Veinte minutos ya... ¿Qué diablos estará haciendo? Cuchicheaba en mi oído Selena, muerta de miedo, mientras yo la acurrucaba entre mis brazos, ocultos por la oscuridad de aquella habitación sin ventanas donde el aire empezaba a ser irrespirable.
     En el fondo habíamos tenido suerte...Por encima del ruido de nuestras bocas y nuestras respiraciones agitadas se alzó el chirrido inconfundible de la puerta del garaje y el motor de un coche que entraba y aparcaba. El padre de Selena estaba allí, no podía ser nadie más. Unos segundos antes mis manos habían comenzado a bucear suavemente bajo su blusa. Si hubiera tardado dos minutos más en llegar ninguno de los dos se hubiera dado cuenta de la intromisión, no me cabe la menor duda.
     No había tiempo de pensar mucho. Había que esconderse. No quería imaginar la cara de ese hombre si nos llegaba a descubrir. Y mucho menos si aquella puerta se abría y se le ocurría encender la luz. 
     El olor a lejía se volvía por momentos insoportable, me dolían las rodillas y el brazo con que rodeaba a Selena se me empezaba a dormir por lo incómodo de la posición.
    Pasados cinco minutos más, un nuevo chirrido y otra vez el motor del coche nos anunciaba que por fin se iba. Respiramos profundamente aliviados y exhaustos por la tensión.
   Tantas tardes soñando con una tarde como aquélla y ahora lo único que queríamos era salir de allí, alejarnos de aquellos olores y respirar. Respirar aire limpio. Pasear y tirarnos al sol sobre el césped del parque, volver a los besos tiernos y a las manos quietas y aun así ser la comidilla de los vecinos y los amigos.
    Sin embargo guardamos la llave. Guardamos las prisas. Guardamos los deseos.  Tal vez no fuera el momento todavía. Pero la casa de la abuela nos esperó siempre. Seguimos teniendo tanta  suerte como entonces porque,  por fortuna y hasta el día de hoy,  las paredes todavía no hablan.

viernes, 14 de agosto de 2015

Simpleza femenina.

        
    
      Mientras se tomaba la tercera copa de vino se sentó a observar el acuario que ocupaba la pared principal del salón. Recordó lo que le dijo cuando lo encargó: "los peces de agua salada necesitan espacio para moverse, no en vano han dejado el mar para venirse a vivir a mi casa y decorarla". Así era él, engreído y presuntuoso. Después de tantos años a su lado había llegado a acostumbrarse. 
     A pesar de que ella era vegetariana y el simple olor de la carne le provocaba náuseas, todos los viernes por la noche lo acompañaba a tomar una de sus supermaxi hamburguesas con bacon y queso en aquel local de la playa tan popular. A eso también había tenido que acostumbrarse. Y, por supuesto, a los efectos secundarios de ese vicio, el olor a fritanga en la ropa y el pelo, los desagradables eruptos y los vómitos de madrugada. No quiso seguir las indicaciones de los médicos cuando le dijeron que, con su historial, aquella comida basura cualquier día lo mataría. Nunca les hizo caso y esta vez no se equivocaban.

    Se dio un paseo por la casa vacía y se dirigió al cuarto donde dedicó sus últimos días a emborronar lienzos, mancha sobre mancha en lo que, segun él, era arte abstracto y que ella por supuesto, en su "simpleza femenina", nunca llegaría a entender. Recogió del suelo el pincel y la paleta sembrada de negros y grises que estaba utilizando momentos antes de caer al suelo. Muy apropiada.
     Aún recuerda con asombro como tuvo la sangre fría de permanecer sentada junto a él, con el teléfono en la mano hasta que dejó de percibir su respiración y como se mantuvo firme en su decisión, sin dejar de observar aquella inmovilidad, un buen rato después del último estertor. No era cuestión de fallar por unos minutos. Cuando llegó la ambulancia, dos horas después del ataque, ya nada pudieron hacer por él. Un infarto fulminante, dijeron. Ella tampoco pudo hacer otra cosa. Su cansancio también había sido fulminante. Se cansó de acostumbrarse a los desprecios, a las burlas, a obedecer, a callar, a soportar lo insoportable, a tantas horas de soledad,... Había tenido una paciencia infinita. Confiaba en que no fuera efecto del vino, pero realmente no se sentía culpable.
    Simplemente había dejado que la muerte le encontrara. A ella ahora la esperaba una vida.

jueves, 6 de agosto de 2015

Mi monstruo.




    Sabía que no podía ser real. Aquel engendro solo podía estar en mi cabeza, formando parte de una de mis pesadillas habituales o como producto de una imaginación desbocada y alterada por el alcohol.
    Esa noche, gélida y triste, cada una de las copas que tomé llevaban su nombre. Ella no volvería. Me resistía a rendirme ante la evidencia. Me bebí solo la mitad de aquella botella de whisky irlandés tan caro que me había dejado junto a su nota de despedida: "Bébetela a mi salud." Esa nota era lo único real. El monstruo no.
     Mis oídos se negaban a escuchar aquel sonido gutural mezcla de quejido y gruñido. El olor fétido y espeso que percibía desde el otro lado de la habitación no existía. El sudor frío que bajaba por mi frente, la falta de saliva en mi boca y mi garganta resecas como mojama, el latido atropellado de mi corazón... esos sí eran reales.
    Tenía que abrir los ojos y comprobarlo pero el miedo los había vuelto infinitamente pesados. De pronto, caí al vacío y  por fin, conseguí abrirlos. La sombra grotesca que se movía ante ellos me recordaba a alguien. Nunca dejó de mirarme.
     Ahora formo parte de su gelatinosa presencia.  

martes, 28 de julio de 2015

Casualidades.


     Desgraciadamente para los dos nunca antes se encontraron. Hacía tan solo dos días que ambos habían visitado el mismo despacho de abogados. Ella entró unos minutos después en la siguiente puerta del pasillo y había salido unos minutos antes. Jamás llegaron a verse.
    Durante su estancia en Londres, la pasada Semana Santa,  habían estado también muy cerca. Él se alojó en el Hotel Hilton y ella en el County Hall, a pocos metros, justo en la acera de enfrente.
    Cada día salían a correr al mismo parque. El de cinco a seis, ella de ocho a nueve porque prefería el aire fresco a la caída de la tarde. 
    Ambos trabajaban en la calle de los bancos. Probablemente alguna vez se cruzaron caminando apresurados para no llegar tarde a la oficina o cuando se tomaban el café de media mañana en la misma cafetería de confianza que,  desde hace años,  los dos frecuentaban. 
     Sus vidas no dejaron de intentar cruzarse durante mucho tiempo atrás pero el azar es voluble y caprichoso. Probablemente incluso alguna vez se miraron entre el ruido de la gente, pero sin verse realmente, como tantos otros.
     Hoy él salió del trabajo diez minutos antes de lo habitual. Le dolía la cabeza y sentía una opresión en el pecho. No se encontraba bien. Quería llegar a casa y descansar. Tanto estrés le iba a matar. 
     Ella se retrasó unos minutos porque aquel último informe la ocupó más tiempo del que en principio había calculado. A las cuatro y veinte de aquel jueves de mayo cruzó la calle hacia donde tenía su coche aparcado, sin mirar, por un paso de peatones inexistente, absorbida por la insistencia de su teléfono móvil. Él tenía demasiada prisa por llegar a casa,  su dolor provocó una reacción más lenta de lo debido y  pisó un par de segundos tarde el pedal del freno. Solo acertó a ver cómo aquel cuerpo frágil volaba por encima de su coche y caía más allá de su campo de visión en otro par de segundos interminables. Cuando, angustiado, corrió hasta ella y miró su rostro algo en él le resultó familiar. Aún respiraba aunque muy débilmente. A pesar de la confusión del momento estaba seguro de que la conocía. Pero no conseguía recordarla. 
     No reparó en ella en la cafetería, ni en la calle, ni en Londres, ni en el parque, ni en el bufete de abogados.. Y ahora casi le había quitado la vida... Malditas casualidades.

jueves, 9 de julio de 2015

Mientras llegas.
















Mientras te espero

imagino tu andar pausado, lento.

Suenan a lo lejos las campanas de la iglesia,

arrebatadas.

Mi corazón les sigue el paso, ya llegas.

Mientras, te sueño despierta.

Y me aguanto las ganas.

Y estas ansias que de tantas, duelen.

Mientras, te pienso.

En  mi mente solo hay  dudas,

recuerdos y deseos  me revuelven por dentro.

Deambulo perdida y sin rumbo

dueñas del silencio en  las calles, vacías de tí,

solo mis pasos resuenan. 

Pasa la vida y se quiebra mi voz.

Mi alma guarda silencio,

mientras, incansable te espero.

domingo, 5 de julio de 2015

El calendario.



      Había anotado con rotulador rojo en el calendario cada uno de los días de sus encuentros con ella. Los primeros meses había marcas dos veces a la semana incluso tres. A medida que pasaba el tiempo se fueron distanciando cada vez más. Le obsesionaba ese calendario. Se lo sabía de memoria y no conseguía separarse de él. Lo llevaba en el bolsillo de esa camisa, ahora llena de manchas, que ella le había regalado en su último cumpleaños. Hacía muchos meses ya que no sabía nada de ella. Probablemente habrá encontrado a otro iluso a quien usar y tirar,  pensaba, mientras lentamente repasaba cada mes de ese último año.

    La encontró en la playa tirada en la arena llorando desconsoladamente una noche de San Juan. Cuando se acercó su aliento a alcohol le hizo retroceder, pero sus ojos llenos de lágrimas pudieron más. La ayudó a salir de allí y ese fue el principio del fin. 
    Se enganchó a su piel, a su sonrisa y a sus ganas de vivir pero también a su inconsciencia. En cada uno de esos encuentros él descubría a una mujer diferente, mas joven, mas vital, mas subyugante que la anterior. Con ella llegó a sentir el placer más absoluto, siempre dispuesta. Ninguna mujer fue suya antes de esa manera casi obsesiva, lacerante. Con ella probó todas las posturas del kamasutra y otras muchas que juntos inventaron. También probaron  todas las drogas de curso legal ....o ilegal, que mas daba? Sentir, sentir...ese era el objetivo, ese era el fin.

    Ella solo había impuesto una condición y en eso era inflexible: nada de preguntas sobre quién era, dónde vivía o a qué se dedicaba. Y aunque se moría de ganas por saber, él nunca las hizo. 
    Cada una de esas preguntas resonaba en su mente mientras volvía a sacar del bolsillo de su camisa sucia aquel dichoso calendario. Temblando y sudoroso esperaba con ansiedad  al camello de turno, tirado en la arena de esa playa donde por primera vez la vio y que hoy era testigo de todas sus miserias. Ahora ya no sentía nada. Y ella ya no estaba.

domingo, 28 de junio de 2015

El viaje de mamá.

    

       Ella nunca había viajado, ni en barco, ni en tren, ni mucho menos en avión. La vida se le había ido trabajando de sol a sol, desde los tomateros a las casas de otros y, por supuesto , siempre cuidando de los suyos. 
    Como cada tarde, después del almuerzo, se sentaba en el sillón del salón frente al televisor, que le servía en estos últimos años  como única compañía. El mueble de madera , que ocupaba toda la pared, estaba lleno de pequeños recuerdos elegidos con cariño en París, Madrid, Barcelona, Vigo, Santiago de Compostela, Madeira, Londres y hasta alguna ciudad de Suecia de nombre impronunciable....aunque ella nunca había viajado. Junto a todos aquellos regalos, la miraban, desde sus cuadritos enmarcados en distintos tamaños, los rostros aniñados y adolescentes de sus tres hijas y los de sus cinco nietos, bebés de caritas de pan y ojos felices, como eran ellos. 
     A sus ochenta y tantos años sus hijas y sus nietos eran todo lo que tenía. Ellos se habían convertido desde la muerte de su marido en su motivo para seguir viviendo, aunque, siendo como era, mujer parca en palabras de cariño y mimos, rara vez lo expresara.
     Ella nunca había viajado, sin embargo, cada tarde sus ojos viajaban lentamente de retrato en retrato mientras, poco a poco se iba quedando dormida. Luego soñaba con él, el que fue su único amor. Cada tarde el sueño se repetía exactamente igual que el día anterior. Y disfrutaba tanto de ese sueño que hubiese jurado que todo era real y volvía a estar junto a él. Sus hijas no lo sabían, pero realmente ése era el único viaje que, desde hace más de veinte años, deseaba hacer.

jueves, 25 de junio de 2015

Signografías adolescentes.



Me asomaba a la ventana para verte. Solo cinco minutos cada día, a la hora del descanso. Tú estabas esperándome en un patio lleno de niños y de silencio. Yo, en mi clase, escapándome del ruido de las niñas con su cháchara escandalosa. 

Los ventanales del aula estaban en la pared trasera del edificio del Instituto y daban al patio al que tú salías. Vivías de lunes a viernes en aquel internado para niños sordos que Cáritas Diocesana mantenía cada vez con más esfuerzo, pero con muchísima dedicación. Allí te enseñaron el lenguaje de signos y tú, a cinco metros de distancia, me lo enseñaste a mí. Tus palabras silenciosas viajaban cada mañana desde tu patio a mi ventana. Los primeros días yo solo repetía tus gestos. Después las fui entendiendo con los ojos del corazón...y a los quince años el corazón te puede.

Un día soleado del mes de junio tú salías de excursión y esperabas junto a tus compañeros en la calle. Yo volvía de una visita a no sé qué museo. Nos buscamos con los ojos y al encontrarnos corrimos a abrazarnos ante la mirada atónita de todos. Fue un abrazo de los que te quitan la vida, de los que te dejan sin respiración. Cuando te separaste de mí, entre nuestros ya familiares silencios y mientras me sonreías, me dibujaste lentamente en el aire el primer te quiero.

domingo, 21 de junio de 2015

Luchadores.











Desmontaron las tiendas y se fueron
después de más de veinte días allí.
Se llevaron los carteles y las pintadas,
en mi memoria dejaron sus lamentos y
sus ganas de luchar.


No sé a quién miran hoy aquellos ojos verdes
que me dedicaron cada mañana
una mirada triste pero sincera,
la de un hombre leal y con convicciones.


Luchaba por un trabajo digno,
por un salario justo,
por una quimera en estos días
en que todo vale y nada cambia.


A esa lucha nos unimos los que
sabíamos que, muy pronto
ni medallas ni diplomas valdrían,
ni esfuerzo ni sacrificio
significaban ya nada.


No sé aún si consiguió
que los de arriba les escucharan.
Solo espero que mi sonrisa
abierta y cómplice
en fuerza se transformara...


Porque todos perdemos un poco
cuando lo que está en manos baldías 
se llama Futuro,
se llama Dignidad.

sábado, 20 de junio de 2015

Gente corriente.



     Me decía que en esta vida no todos podían ser grandes genios, artistas o literatos, hombres de ciencia y superdotados. También tenía que existir gente normal y corriente. Gente que amasara el pan que comíamos cada día, que cultivara las frutas y verduras que encontrábamos en el mercado. Y gente que, como ella, se encargara de repartir el correo, de entregar esas cartas que nos traían las buenas noticias y las malas también, las facturas, los impuestos o las ansiadas cartas de amor. Ella era gente normal y corriente y yo un pobre hombre sí, pero con suerte.

     Mi cartera tenía poco más de treinta años y una figura envidiable. Tanto paseo subiendo y bajando las calles del barrio durante ocho horas diarias había hecho su efecto. Pasaba por mi calle los lunes y los miércoles pasadas las doce. Yo procuraba no faltar nunca a esa cita. Nuestras conversaciones siempre me sabían a poco. Arreglábamos el mundo en dos patadas y su sonrisa de despedida siempre me dejaba con ganas de más. Una mañana me descubrí deseándola. Esperaba impaciente el improbable día en que, como en la famosa película, ella llamara dos veces a mi puerta.

sábado, 6 de junio de 2015

Caridad cristiana.



-"Yo puedo, tu puedes, él puede, nosotros podemos, ...
-...es suficiente! " la interrumpió Sor Piedad con su malhumor habitual. 
Maite González, en silencio y con la cabeza gacha, soportaba su altanería y sus desplantes diarios. Las que, como Maite, no teníamos posibles ni categoría para pertenecer al grupo de primera fila, solo estábamos allí por "caridad  cristiana" sentenciaba. Nos llamaban pobretonas. Pero no nos importaba...Convertimos su desprecio en fuerza: ¡ Por fin habíamos aprendido a leer!  
Cada noche, a la luz de las velas, los libros, tan inaccesibles antes, ahora nos regalaban la alegría que  durante el día ellas nos negaban.

domingo, 31 de mayo de 2015

Desahogos.



                                           Hay momentos en que es duro hablar, 
                                            plantar cara a la penosa realidad
                                            y al mismo tiempo evitar  el recuerdo
                                           de tantos silencios,
                                           de tanta maldad disfrazada de ingenuidad,
                                           sacar de una vez la careta 
                                           tras tantos días de lucha en  soledad.

                                           Es difícil expresarse,
                                           cuando quien te oye realmente no escucha,
                                           y solo planea esconder tras una lágrima,
                                           siempre fingida, o entre palabras vacías
                                           el triste prólogo de una verdad a medias.

                                           Es duro hablar, pero hoy, por fin, dejé de callar.
                                           Una osadía incontrolada jugó a mi favor,
                                           acabó la trágica pero necesaria batalla, y ahora,
                                           vencedor y vencido siento  
                                           que conservo mi alma intacta,
                                           que aún existe un aire limpio, puro y sincero
                                           para seguir respirando.

                                           No más concesiones, no más dudas,
                                           mientras conserve mi juicio
                                           no más privilegios, ni vacilaciones
                                           ante quien únicamente merece,
                                           indiferencias y olvido.

miércoles, 27 de mayo de 2015

Voto de silencio.

     


     Me decías siempre que lo que más te gustaba de mí era mi risa. Te evocaba buenos momentos, días libres lejos de la monotonía de aquel trabajo que odiabas, vacaciones al sol, ratos de juerga con los amigos, bromas en la intimidad de nuestra alcoba... Hace mucho tiempo que no me río, ya no recuerdo cuánto, ni siquiera cuándo fue la última vez que sonreí sinceramente y no por compromiso. 
      Compartimos una casa que no nos pertenece porque tal vez nunca la hicimos nuestra. Nos movemos por ella como extraños unas veces, otras simplemente nos ignoramos. Nos incomoda estar a solas. Un día sí y otro también conjugamos el verbo callar. Nos hacemos invisibles entre tanto silencio. 
     Ya no nos buscamos, ya no nos amamos. Para mí es evidente, lo leo en tus ojos aún cuando ya no me miras. Para ti , probablemente, también lo sea,  pero no se me olvida que  lo tuyo nunca fue tomar decisiones.  Lo que tenga que ser será. ¿Y no será que nos hemos perdido?
       Me decías que lo que más te gustaba de mí era mi risa. Ya ni siquiera te importa si me río o no. Y lo que es peor aún... a mí tampoco me importa.    

domingo, 24 de mayo de 2015

Santorini.


      Esa tarde había pasado por la agencia de viajes a buscar los últimos catálogos de cruceros. Mientras los hojeaba dejó volar la imaginación. En cada fotografía era él quien recorría las calles empedradas de Santorini, quien disfrutaba en alguna de sus paradisíacas calas, quien tomaba moussaka y tzatziki entre blancos y azules... Se imaginaba feliz. 
      A la hora del sorteo encendió la radio. La sonora retahíla de los números ganadores fue oscureciendo la expresión de su rostro. Suspiró triste y resignado. Seguiría soñando con  ese viaje mientras quedaran boletos. Se jugaba en cada uno de ellos sus ganas de vivir. 

miércoles, 20 de mayo de 2015

Nuestra playa.

        


        Vuelvo siempre a nuestra playa.  Vuelvo para escuchar de nuevo las risas en los juegos de los niños, para percibir el olor a salitre y a pieles  bañadas de coco en días de sol, como el de hoy. Vuelvo a la playa de los paseos por una orilla sin fin, la que pone música a las olas y arte en cada huella sobre la arena. Vuelvo allí  para sentirte en cada risa, cada piel, cada rayo de sol, cada huella, cada nota que el mar me regala. Todo te devuelve a mí.
        Te busco allí porque mis ojos se han cansado de no verte y mis labios de extrañarte.

sábado, 16 de mayo de 2015

El viaje.



      Mientras preparaba la maleta para el próximo viaje de su marido pensó cuánto tiempo más podría seguir soportando aquella mentira. Como cada final de mes, de jueves a domingo, viajaba a Madrid por trabajo. Esa era la versión oficial. Ella sabía que no se trataba de trabajo. Siempre el mismo hotel y la misma habitación, siempre la misma mujer. Pero el domingo volvía a casa. Siempre con un regalo comprado en el aeropuerto a última hora, un beso fugaz y una sonrisa. 
      Prefería conservarlo así, envuelto en mentiras, que quedarse sin él, mascullando entre lágrimas su desamor y su cobardía.

jueves, 14 de mayo de 2015

El milagro de la lluvia.



     Me despertó el sonoro golpear de la lluvia sobre las planchas del patio. Asomada al ventanal del salón la veía caer. Siempre me transmitió una sensación de paz ese lento correr del agua sobre los cristales, dejando limpias las paredes, las calles, los paraguas de los solitarios caminantes. Pensé que si salía fuera y dejaba que esa lluvia me empapara se produciría el milagro y llegaría hasta mi corazón dejándolo  tan limpio como las paredes, las calles o los paraguas. Lo limpiaría de todos aquellos sentimientos caducos y trasnochados que no quería mantener allí por más tiempo...
        Y llegó, atronador, el sonido de los primeros truenos.

domingo, 10 de mayo de 2015

Tu llegada.



                                         Siempre quise ser espíritu libre,
                                          vivir sin límites ni cadenas
                                          y amar de la misma manera.
                                          No supe de amores eternos
                                          ni sentí antes que me faltara el aire.
                                          Pero llegaste tú.
                                          Llegó tu risa y tu frescura,
                                          llegó tu locura.
                                          Y con ellas,
                                          tu mirada pícara y también tu calma.
                                          Me enseñaste que no hay libertad
                                          ni tregua mayor
                                          que la que tú me regalas,
                                          porque después de tu piel, amor,
                                          Siento que ya no siento nada.

sábado, 9 de mayo de 2015

Amigas.


    
    Salíamos al patio cada día formando una fila casi perfecta. Doña Otilia, siempre al frente de nuestra clase, cuidaba de que mantuviéramos la compostura hasta que sonara el timbre...y entonces la desbandada. Como locos y bocadillo en ristre, corríamos a buscar a nuestros compañeros de juegos o de cotilleos para disfrutar de aquella media hora de merecida libertad.
     Irene siempre era la última de la fila porque era la más alta de la clase. Imposible negar la sangre anglosajona que corría por sus venas. Las hormonas de muchos de aquellos chiquillos, en plena pubertad ya, se revolucionaban nada más verla aparecer. Medio colegio suspiraba por aquellos ojos azules y aquel cabello rubio tan poco común. Con el descaro propio de la edad y, a pesar del pudor casi impuesto por la mentalidad de la época, el otro medio bebía ya los vientos por aquel cuerpo de mujer perfectamente formado con apenas doce añitos.
     Recuerdo que nos sentábamos juntas cerca de un pequeño jardín de cactus y lejos del bullicio de las canchas deportivas. Allí compartíamos nuestras meriendas. Yo siempre llevaba mi bocadillo de mortadela y ella sus verduras, unos días pimientos, otros tomates o zanahorias. Hasta para comer era diferente. Reconozco que empecé a comer sus verduras con la secreta ilusión de que hicieran en mí el mismo efecto que creía habían hecho en ella.
     Después de comer aprovechábamos los minutos que quedaban para hablar sobre aquellas miradas nada inocentes que los niños le dedicaban. Les llamábamos tontos y nos reíamos. Mientras ellos se dedicaban a perder aquellos preciosos minutos dando patadas a un balón nosotras los dedicábamos a planear nuestro futuro. Recuerdo como si fuera hoy cómo me hizo prometerle que siempre estaríamos juntas. Nos casaríamos y tendríamos hijos que jugarían y crecerían juntos como nosotras lo habíamos hecho. Los hombres serían meros instrumentos porque solo nosotras importábamos. Así de fácil.
     Ese verano sus padres se separaron. Su madre se la llevó a Londres con ella y nunca volvió. Durante unos meses llegaron cartas que yo esperaba ansiosamente y contestaba el mismo día... Un día dejé de recibirlas y ese mismo día empecé a buscarla.
    Sigo buscándola desde entonces. Primero en los listines telefónicos, luego en los periódicos, incluso en las esquelas, después en las bases de datos a las que, por mi trabajo, tengo acceso y por supuesto ahora en las redes sociales. Siempre sin éxito.
      Me basta cerrar los ojos para ver su rostro, la imagino como la mujer de bandera que apuntaba que sería y deseo a diario que la vida la haya tratado con esa bondad y esa claridad que predecía. Hoy, con nuestros casi cincuenta años, confío aún en que Irene aparezca en alguna de esas búsquedas y podamos por fin recuperar el tiempo que, cuarenta años atrás, los adultos nos robaron.   

sábado, 2 de mayo de 2015

Para Pilar.


                                           Siente que por momentos puede volar,
                                           que con  su aliento 
                                           una Luna redonda de papel charol
                                           puede ser capaz de alcanzar.

                                           Desde sus labios
                                           dos palabras hacen magia.
                                           El las regala dulces, cálidas
                                           y cuanto ella imagina,
                                           por fin se vuelve real.

                                          Su amor le sabe a chocolate,
                                          a mañanas de aroma a café y galletas de vainilla,
                                          a tardes de risas escandalosas y llantos quedos,
                                          a juegos de niños sin malicia,
                                          a noches eternas de rosas y miel.

                                          Siente que hoy con él todo ocupa su sitio
                                          los corazones latiendo,
                                          las bocas rebosando besos,
                                          las manos abiertas cargadas de sueños.

viernes, 1 de mayo de 2015

La espera.

                                           
                                           Ayer
                                           aplacaba la sed de mi boca
                                           la tibieza de tu piel en mi espalda.
                                           Tu palabra, tu credo, tu aliento,
                                           mi consuelo, mi guía, mi alimento.

                                           Hoy
                                           las horas lentas arañan
                                           los fríos restos de mi soledad y mi añoranza.
                                           El gris de tu ausencia
                                           pálido velo en mi alma,
                                           la espera de mis tequieros,
                                           mudos ya sin remedio.

                                           Mañana
                                           por fin el destino te traerá de vuelta.
                                           No importa si sobre nuestras cabezas truena
                                           o si la tierra toda tiembla,
                                           haremos fiesta, brindaremos
                                           y el latido de mi corazón
                                           recuperará su marcha.

martes, 28 de abril de 2015

Ensoñación.



No pudo quedarse dormida hasta bien entrada la madrugada. Su olor se había quedado por todos lados, impregnando las sábanas, sus manos, su pelo. Cada vez que se movía inquieta en la cama lo volvía a percibir. Aún le parecía sentir el último beso. Sus labios seguían allí, ardiendo sobre su piel. En sus sueños todo continuaba tal y como él lo había dejado. Por primera vez reparó en que, a pesar del paso del tiempo, nada había cambiado. Lo que sentía por aquel hombre en lugar de languidecer se había mantenido vivo. Simplemente había estado hibernando dentro de alguno de aquellos compartimentos en los que había dividido su alma.Y ahora, después de aquel largo y crudo invierno, volvía a volar libre y feliz como las mariposas al sol.
El ruido de una llave en la cerradura la devolvió al mundo real. Le anunciaba su regreso. Abrió los ojos mientras una sonrisa se asomaba a su rostro.

viernes, 24 de abril de 2015

Retrato de una mentira.

 
    
     Se miró al espejo. Había sido un día duro. Estaba agotada. Las oscuras ojeras que asomaban a su rostro delataban la frenética actividad de las últimas semanas. Toda aquella vorágine empezaba a pasarle factura. 
      La imagen que le mostraba el espejo se alejaba cada vez más de la suya propia. Ya no reconocía a la mujer brillante y segura de sí misma que , no hace tanto tiempo, pudo ser. Mucho menos aún vislumbraba a la mujer de mirada limpia y franca y de risa fácil que, en algún momento, habitó en ella.  Ahora solo era una más. Reía únicamente ante las cámaras y, si su asesor se lo indicaba, miraba a los ojos, a la boca o alternaba dependiendo de su interlocutor.
       La otra mujer había quedado olvidada entre las poses teatrales que interpretaba cada día. La habían engullido los charlatanes de los que se rodeaba. Para el Partido ya no era necesaria. Y ella nada podía hacer por recuperarla. 
     Se metió en la ducha dejando que el agua caliente se llevara además del cansancio, las vergüenzas y las añoranzas .
     Mañana se enfrentaría al candidato que constituía su mayor rival. Todo estaba pactado de antemano: los trapos sucios del aspirante se sacarían en el momento justo. Èl perdería su honra pero, a cambio, sacaría una buena tajada. Se esperaba que el debate lograra la mayor cuota de audiencia de toda la campaña electoral. Gran parte de los medios de comunicación estarían pendientes de ella. Tenía que ensayar su discurso y su mejor sonrisa. Sería el acto final de aquella gran mentira. Y después la esperaba el poder.
    Apagó los rescoldos de aquello que alguna vez fue la conciencia de la otra. Sin embargo, sabía que cuando bajara el telón, el espejo implacable, seguiría esperándola.

domingo, 19 de abril de 2015

Suerte.

      


      Apenas amanecía. Le despertó la claridad que se colaba por las rendijas de la persiana del dormitorio. Con los ojos todavía cerrados tanteó la mesilla de noche buscando el teléfono móvil. Mientras los abría lo encendió y accedió a la pantalla de los mensajes. Nada.
    Con su parsimonia habitual se levantó y fue hasta el despacho. Se acercó a la mesa del ordenador y lo encendió. Abrió el correo. Nada.
    No podía ser que se hubiera marchado sin decir ni una sola palabra, sin dejar ningún rastro.
    En la comisaría de policía le habían dicho que debían esperar 48 horas para darla por desaparecida. Dentro de dos largas e interminables horas se cumpliría ese plazo. Tenía que mantenerse ocupado.
   Pensó que después de ir a comprar una cerradura nueva aún tendría tiempo para cambiarla. Estaba contento, hoy sería su día de suerte.
     

sábado, 18 de abril de 2015

La ladrona.

      


      El antiguo faro seguía en pie desafiando al paso del tiempo. Se bajó del coche y recorrió el sendero, junto a los acantilados, que conducía a la entrada. Allí la besó por primera vez pero cuando volvía a ese lugar solo la imaginaba alejándose. Llevaba con ella un maletín cargado de billetes. 
     Mientras él dormía bajo los efectos de la tortilla de Valiums que le preparó para cenar la última noche, había saqueado la caja fuerte y lo había dejado en la ruina. Por suerte, lo único que echaba de menos desde entonces era el latir de su propio corazón. 

lunes, 13 de abril de 2015

La llamada.

     
     

     Se llamaba Alba. Sus facciones aniñadas y la delgadez de su cuerpo no la hacían aparentar sus casi cuarenta años. Solo faltaba una semana para su cumpleaños pero esta vez no habría nada que celebrar.
     Trabajaba como inspectora de policía hacía ya algún tiempo. La falta de sueño de estos últimos días se hacía notar. Y esta vez no era culpa del trabajo, sino de sus recuerdos y sus pensamientos.
Hoy, después de salir de la Central había hecho su turno en el hospital. Todo había sido tan rápido... No quería irse a casa, casi la habían obligado a marcharse de allí.
      Se sentía triste y enfadada con aquel mundo tan injusto en que le había tocado vivir. Agotada se metió en la cama. Deseaba cerrar los ojos y no pensar en nada ni en nadie. Con este deseo se dejó envolver por un grato duermevela. Tampoco habría suerte esta noche. Unos minutos después el teléfono móvil sonaba escandaloso en el silencio de la alcoba. Su primer impulso fue apagarlo directamente pero sabía que no podía permitírselo. Esta noche no. Al otro lado del auricular su madre, entre sollozos, balbuceaba que estaban intentando localizar al médico, le desconectarían en cuestión de horas. Su tiempo había acabado.  Alba solo consiguió articular un "...voy..." casi inaudible y colgó.
      Su padre siempre fue un hombre fuerte, pero en esta lucha en la que llevaba tan solo dos meses esa fuerza de poco le había servido. Ahora la lucha llegaba a su fin.
      Mientras se vestía apresuradamente, por su cabeza pasaron, del mismo modo, los recuerdos de su infancia, las tardes de columpios y juegos, las broncas por llegar tarde en sus primeras salidas adolescentes, su cara de orgullo el día de su nombramiento y sus abrazos, aquellos abrazos de oso, que la consolaron y la confortaron tantas veces. Cómo le gustaría ahora volver a vivir todos aquellos momentos... Pero sabía que tenía que ser fuerte, porque lo había prometido y él le había enseñado a cumplir siempre las promesas. Nunca se había sentido tan sola.
      Cerró la puerta y dejó tras de sí todas las lágrimas.   

domingo, 12 de abril de 2015

La decisión.

    
    María era la secretaria ideal. Trabajaba en el estudio de ingeniería con más clientes y proyectos repartidos por la ciudad, en plena vorágine del "boom inmobiliario". Su eficacia y su buen hacer habían conquistado no solo a sus jefes, sino a todo el equipo de Benítez y Asociados. Aprendió con mucho esfuerzo y algún que otro tropiezo, a desenvolverse con naturalidad en un mundo de hombres, pero en el que fue haciéndose su hueco hasta volverse casi imprescindible. Su sonrisa y su carácter dulce tuvieron mucho que ver en ello.
    Por esa época  María preparaba su boda por todo lo alto y " como Dios manda ", con su novio de siempre. Después de tantos años juntos era lo que tocaba, sin embargo no había en ella ningún tipo de ilusión. Solo se dejaba llevar por la inercia de lo que debía ser y todos esperaban. Y entonces llegó él.
   Marcos trabajaba aún en el proyecto de fin de carrera y sus brillantes ideas le habían abierto las puertas del estudio. Desde que la vió el primer día, rodeada de papeles, no había podido sacarla de su cabeza. La presentía como una mujer fuerte y a la vez frágil, la deseaba, la quiso para él desde la primera mirada. Ella sentía lo mismo aunque se negó a reconocerlo. Por eso, intentaba evitar su presencia, la malicia de sus ojos, sus palabras cálidas. Hasta que aquella tarde que les dejaron solos se rindió, agotadas ya sus fuerzas, a la evidencia del temblor de su cuerpo y a la pasión, casi adolescente, que la superaba. Nunca antes su risa había sonado de aquella forma, nunca se había sentido tan viva, tan especial y al mismo tiempo tan insegura y temerosa.
    El remordimiento, la vergüenza y el insomnio aparecieron y camparon a sus anchas. La visitaban los fantasmas de su infancia, llena de los sermones puritanos de las misas del colegio cada primer viernes de mes. No había respuesta para ninguna de las preguntas con las que la atormentaban.
    Una semana bastó para tomar la decisión y darlo todo por terminado. Marcos intentó hacerla recapacitar pero ella se mostró inflexible. Las dudas, la angustia y la cobardía pudieron más que aquel deseo que apenas dejó brotar. Desde ese momento empezaron a evitarse e intentaron olvidar.
     Después de la boda dejó el estudio. A su marido le disgustaba tanta presencia masculina alrededor de su recién estrenada mujercita.
     No volvió a saber de Marcos pero, más a menudo de lo que muchas veces quiso, la invadía el calor de su recuerdo. Vivió por años ocultando a todos la verdad de su vida y la de su corazón. 
    Hoy, a la puerta de la sala tercera del juzgado de violencia de género, espera a su abogado y sigue recordando a quien, sin él saberlo, le dio la fuerza en los peores momentos, a quien pudo ser el amor de su vida y no fue, a quien pudo regalarle una existencia no tan cruel ...Y en la antesala de otro final tan necesario como aquel con el que años atrás zanjó de golpe su felicidad, María desea con más fuerza que nunca, poder dar marcha atrás al reloj y desandar el camino . Sabe que no es posible pero también  sabe que saldrá adelante. Le bastan su ilusión y sus ganas de vivir sin miedo. Sola, pero esta vez sí, como Dios manda.