Mientras preparaba
la maleta para el próximo viaje de su marido pensó cuánto tiempo
más podría seguir soportando aquella mentira. Como cada final
de mes, de jueves a domingo, viajaba a Madrid por trabajo. Esa era la
versión oficial. Ella sabía que no se trataba de trabajo. Siempre
el mismo hotel y la misma habitación, siempre la misma mujer.
Pero el domingo volvía a casa. Siempre con un regalo comprado en el aeropuerto a última hora, un beso fugaz y una sonrisa.
Prefería conservarlo así, envuelto en mentiras, que quedarse sin él, mascullando entre lágrimas su desamor y su cobardía.
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