viernes, 24 de abril de 2015

Retrato de una mentira.

 
    
     Se miró al espejo. Había sido un día duro. Estaba agotada. Las oscuras ojeras que asomaban a su rostro delataban la frenética actividad de las últimas semanas. Toda aquella vorágine empezaba a pasarle factura. 
      La imagen que le mostraba el espejo se alejaba cada vez más de la suya propia. Ya no reconocía a la mujer brillante y segura de sí misma que , no hace tanto tiempo, pudo ser. Mucho menos aún vislumbraba a la mujer de mirada limpia y franca y de risa fácil que, en algún momento, habitó en ella.  Ahora solo era una más. Reía únicamente ante las cámaras y, si su asesor se lo indicaba, miraba a los ojos, a la boca o alternaba dependiendo de su interlocutor.
       La otra mujer había quedado olvidada entre las poses teatrales que interpretaba cada día. La habían engullido los charlatanes de los que se rodeaba. Para el Partido ya no era necesaria. Y ella nada podía hacer por recuperarla. 
     Se metió en la ducha dejando que el agua caliente se llevara además del cansancio, las vergüenzas y las añoranzas .
     Mañana se enfrentaría al candidato que constituía su mayor rival. Todo estaba pactado de antemano: los trapos sucios del aspirante se sacarían en el momento justo. Èl perdería su honra pero, a cambio, sacaría una buena tajada. Se esperaba que el debate lograra la mayor cuota de audiencia de toda la campaña electoral. Gran parte de los medios de comunicación estarían pendientes de ella. Tenía que ensayar su discurso y su mejor sonrisa. Sería el acto final de aquella gran mentira. Y después la esperaba el poder.
    Apagó los rescoldos de aquello que alguna vez fue la conciencia de la otra. Sin embargo, sabía que cuando bajara el telón, el espejo implacable, seguiría esperándola.

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