jueves, 6 de agosto de 2015

Mi monstruo.




    Sabía que no podía ser real. Aquel engendro solo podía estar en mi cabeza, formando parte de una de mis pesadillas habituales o como producto de una imaginación desbocada y alterada por el alcohol.
    Esa noche, gélida y triste, cada una de las copas que tomé llevaban su nombre. Ella no volvería. Me resistía a rendirme ante la evidencia. Me bebí solo la mitad de aquella botella de whisky irlandés tan caro que me había dejado junto a su nota de despedida: "Bébetela a mi salud." Esa nota era lo único real. El monstruo no.
     Mis oídos se negaban a escuchar aquel sonido gutural mezcla de quejido y gruñido. El olor fétido y espeso que percibía desde el otro lado de la habitación no existía. El sudor frío que bajaba por mi frente, la falta de saliva en mi boca y mi garganta resecas como mojama, el latido atropellado de mi corazón... esos sí eran reales.
    Tenía que abrir los ojos y comprobarlo pero el miedo los había vuelto infinitamente pesados. De pronto, caí al vacío y  por fin, conseguí abrirlos. La sombra grotesca que se movía ante ellos me recordaba a alguien. Nunca dejó de mirarme.
     Ahora formo parte de su gelatinosa presencia.  

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