No pudo quedarse
dormida hasta bien entrada la madrugada. Su olor se había quedado
por todos lados, impregnando las sábanas, sus manos, su pelo. Cada
vez que se movía inquieta en la cama lo volvía a percibir. Aún le
parecía sentir el último beso. Sus labios seguían allí, ardiendo
sobre su piel. En sus sueños todo continuaba tal y como él lo había
dejado. Por primera vez reparó en que, a pesar del paso del tiempo,
nada había cambiado. Lo que sentía por aquel hombre en lugar de
languidecer se había mantenido vivo. Simplemente había estado
hibernando dentro de alguno de aquellos compartimentos en los que
había dividido su alma.Y ahora, después de aquel largo y crudo
invierno, volvía a volar libre y feliz como las mariposas al sol.
El
ruido de una llave en la cerradura la devolvió al mundo real. Le
anunciaba su regreso. Abrió los ojos mientras una sonrisa se
asomaba a su rostro.
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