domingo, 19 de abril de 2015

Suerte.

      


      Apenas amanecía. Le despertó la claridad que se colaba por las rendijas de la persiana del dormitorio. Con los ojos todavía cerrados tanteó la mesilla de noche buscando el teléfono móvil. Mientras los abría lo encendió y accedió a la pantalla de los mensajes. Nada.
    Con su parsimonia habitual se levantó y fue hasta el despacho. Se acercó a la mesa del ordenador y lo encendió. Abrió el correo. Nada.
    No podía ser que se hubiera marchado sin decir ni una sola palabra, sin dejar ningún rastro.
    En la comisaría de policía le habían dicho que debían esperar 48 horas para darla por desaparecida. Dentro de dos largas e interminables horas se cumpliría ese plazo. Tenía que mantenerse ocupado.
   Pensó que después de ir a comprar una cerradura nueva aún tendría tiempo para cambiarla. Estaba contento, hoy sería su día de suerte.
     

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