jueves, 25 de junio de 2015

Signografías adolescentes.



Me asomaba a la ventana para verte. Solo cinco minutos cada día, a la hora del descanso. Tú estabas esperándome en un patio lleno de niños y de silencio. Yo, en mi clase, escapándome del ruido de las niñas con su cháchara escandalosa. 

Los ventanales del aula estaban en la pared trasera del edificio del Instituto y daban al patio al que tú salías. Vivías de lunes a viernes en aquel internado para niños sordos que Cáritas Diocesana mantenía cada vez con más esfuerzo, pero con muchísima dedicación. Allí te enseñaron el lenguaje de signos y tú, a cinco metros de distancia, me lo enseñaste a mí. Tus palabras silenciosas viajaban cada mañana desde tu patio a mi ventana. Los primeros días yo solo repetía tus gestos. Después las fui entendiendo con los ojos del corazón...y a los quince años el corazón te puede.

Un día soleado del mes de junio tú salías de excursión y esperabas junto a tus compañeros en la calle. Yo volvía de una visita a no sé qué museo. Nos buscamos con los ojos y al encontrarnos corrimos a abrazarnos ante la mirada atónita de todos. Fue un abrazo de los que te quitan la vida, de los que te dejan sin respiración. Cuando te separaste de mí, entre nuestros ya familiares silencios y mientras me sonreías, me dibujaste lentamente en el aire el primer te quiero.

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