viernes, 14 de agosto de 2015

Simpleza femenina.

        
    
      Mientras se tomaba la tercera copa de vino se sentó a observar el acuario que ocupaba la pared principal del salón. Recordó lo que le dijo cuando lo encargó: "los peces de agua salada necesitan espacio para moverse, no en vano han dejado el mar para venirse a vivir a mi casa y decorarla". Así era él, engreído y presuntuoso. Después de tantos años a su lado había llegado a acostumbrarse. 
     A pesar de que ella era vegetariana y el simple olor de la carne le provocaba náuseas, todos los viernes por la noche lo acompañaba a tomar una de sus supermaxi hamburguesas con bacon y queso en aquel local de la playa tan popular. A eso también había tenido que acostumbrarse. Y, por supuesto, a los efectos secundarios de ese vicio, el olor a fritanga en la ropa y el pelo, los desagradables eruptos y los vómitos de madrugada. No quiso seguir las indicaciones de los médicos cuando le dijeron que, con su historial, aquella comida basura cualquier día lo mataría. Nunca les hizo caso y esta vez no se equivocaban.

    Se dio un paseo por la casa vacía y se dirigió al cuarto donde dedicó sus últimos días a emborronar lienzos, mancha sobre mancha en lo que, segun él, era arte abstracto y que ella por supuesto, en su "simpleza femenina", nunca llegaría a entender. Recogió del suelo el pincel y la paleta sembrada de negros y grises que estaba utilizando momentos antes de caer al suelo. Muy apropiada.
     Aún recuerda con asombro como tuvo la sangre fría de permanecer sentada junto a él, con el teléfono en la mano hasta que dejó de percibir su respiración y como se mantuvo firme en su decisión, sin dejar de observar aquella inmovilidad, un buen rato después del último estertor. No era cuestión de fallar por unos minutos. Cuando llegó la ambulancia, dos horas después del ataque, ya nada pudieron hacer por él. Un infarto fulminante, dijeron. Ella tampoco pudo hacer otra cosa. Su cansancio también había sido fulminante. Se cansó de acostumbrarse a los desprecios, a las burlas, a obedecer, a callar, a soportar lo insoportable, a tantas horas de soledad,... Había tenido una paciencia infinita. Confiaba en que no fuera efecto del vino, pero realmente no se sentía culpable.
    Simplemente había dejado que la muerte le encontrara. A ella ahora la esperaba una vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario