El miedo le recorría el cuerpo. Un sudor frío bajaba por su frente y sentía que las manos y los pies continuaban paralizados. En algún momento, durante la huida, su cerebro había desconectado dejándola tirada a merced de aquel engendro que pretendía alcanzarla. Como una sombra silenciosa se había abalanzado sobre ella cuando alcanzaba el último tramo de las escaleras. Pensó que iba a tropezar y caer rodando hasta el portal. Cerró los ojos y apretó los dientes instintivamente esperando el brutal encuentro de sus huesos contra el suelo....
Como otras veces ahí acabó todo. Se revolvió en la cama y de un manotazo se deshizo de las sábanas húmedas y calientes. Suspiró temblorosa y abrió los ojos despacio. Nunca sabía en qué momento iba a conseguir despertarse de esa pesadilla. Él había muerto hacía dos meses. Desde entonces, cada vez que intentaba conciliar el sueño, la visitaba sin falta. Agotada y sin fuerzas se preguntaba cuánto iba a durar esta angustia que la dejaba al borde del abismo, envuelta en un terror que le atenazaba el alma y le paralizaba el cuerpo. Le taladraba la conciencia el pánico a volver a cerrar los ojos y encontrarlo allí adentro, mirándola con esa mezcla de rabia y de dolor.
Como la miró aquella última tarde, cuando en un momento de inoportuna lucidez, finalmente se dio cuenta de que había sido ella quien lo había envenenado.
¡Muy bueno! Además con un final inesperado.
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