domingo, 28 de junio de 2015

El viaje de mamá.

    

       Ella nunca había viajado, ni en barco, ni en tren, ni mucho menos en avión. La vida se le había ido trabajando de sol a sol, desde los tomateros a las casas de otros y, por supuesto , siempre cuidando de los suyos. 
    Como cada tarde, después del almuerzo, se sentaba en el sillón del salón frente al televisor, que le servía en estos últimos años  como única compañía. El mueble de madera , que ocupaba toda la pared, estaba lleno de pequeños recuerdos elegidos con cariño en París, Madrid, Barcelona, Vigo, Santiago de Compostela, Madeira, Londres y hasta alguna ciudad de Suecia de nombre impronunciable....aunque ella nunca había viajado. Junto a todos aquellos regalos, la miraban, desde sus cuadritos enmarcados en distintos tamaños, los rostros aniñados y adolescentes de sus tres hijas y los de sus cinco nietos, bebés de caritas de pan y ojos felices, como eran ellos. 
     A sus ochenta y tantos años sus hijas y sus nietos eran todo lo que tenía. Ellos se habían convertido desde la muerte de su marido en su motivo para seguir viviendo, aunque, siendo como era, mujer parca en palabras de cariño y mimos, rara vez lo expresara.
     Ella nunca había viajado, sin embargo, cada tarde sus ojos viajaban lentamente de retrato en retrato mientras, poco a poco se iba quedando dormida. Luego soñaba con él, el que fue su único amor. Cada tarde el sueño se repetía exactamente igual que el día anterior. Y disfrutaba tanto de ese sueño que hubiese jurado que todo era real y volvía a estar junto a él. Sus hijas no lo sabían, pero realmente ése era el único viaje que, desde hace más de veinte años, deseaba hacer.

jueves, 25 de junio de 2015

Signografías adolescentes.



Me asomaba a la ventana para verte. Solo cinco minutos cada día, a la hora del descanso. Tú estabas esperándome en un patio lleno de niños y de silencio. Yo, en mi clase, escapándome del ruido de las niñas con su cháchara escandalosa. 

Los ventanales del aula estaban en la pared trasera del edificio del Instituto y daban al patio al que tú salías. Vivías de lunes a viernes en aquel internado para niños sordos que Cáritas Diocesana mantenía cada vez con más esfuerzo, pero con muchísima dedicación. Allí te enseñaron el lenguaje de signos y tú, a cinco metros de distancia, me lo enseñaste a mí. Tus palabras silenciosas viajaban cada mañana desde tu patio a mi ventana. Los primeros días yo solo repetía tus gestos. Después las fui entendiendo con los ojos del corazón...y a los quince años el corazón te puede.

Un día soleado del mes de junio tú salías de excursión y esperabas junto a tus compañeros en la calle. Yo volvía de una visita a no sé qué museo. Nos buscamos con los ojos y al encontrarnos corrimos a abrazarnos ante la mirada atónita de todos. Fue un abrazo de los que te quitan la vida, de los que te dejan sin respiración. Cuando te separaste de mí, entre nuestros ya familiares silencios y mientras me sonreías, me dibujaste lentamente en el aire el primer te quiero.

domingo, 21 de junio de 2015

Luchadores.











Desmontaron las tiendas y se fueron
después de más de veinte días allí.
Se llevaron los carteles y las pintadas,
en mi memoria dejaron sus lamentos y
sus ganas de luchar.


No sé a quién miran hoy aquellos ojos verdes
que me dedicaron cada mañana
una mirada triste pero sincera,
la de un hombre leal y con convicciones.


Luchaba por un trabajo digno,
por un salario justo,
por una quimera en estos días
en que todo vale y nada cambia.


A esa lucha nos unimos los que
sabíamos que, muy pronto
ni medallas ni diplomas valdrían,
ni esfuerzo ni sacrificio
significaban ya nada.


No sé aún si consiguió
que los de arriba les escucharan.
Solo espero que mi sonrisa
abierta y cómplice
en fuerza se transformara...


Porque todos perdemos un poco
cuando lo que está en manos baldías 
se llama Futuro,
se llama Dignidad.

sábado, 20 de junio de 2015

Gente corriente.



     Me decía que en esta vida no todos podían ser grandes genios, artistas o literatos, hombres de ciencia y superdotados. También tenía que existir gente normal y corriente. Gente que amasara el pan que comíamos cada día, que cultivara las frutas y verduras que encontrábamos en el mercado. Y gente que, como ella, se encargara de repartir el correo, de entregar esas cartas que nos traían las buenas noticias y las malas también, las facturas, los impuestos o las ansiadas cartas de amor. Ella era gente normal y corriente y yo un pobre hombre sí, pero con suerte.

     Mi cartera tenía poco más de treinta años y una figura envidiable. Tanto paseo subiendo y bajando las calles del barrio durante ocho horas diarias había hecho su efecto. Pasaba por mi calle los lunes y los miércoles pasadas las doce. Yo procuraba no faltar nunca a esa cita. Nuestras conversaciones siempre me sabían a poco. Arreglábamos el mundo en dos patadas y su sonrisa de despedida siempre me dejaba con ganas de más. Una mañana me descubrí deseándola. Esperaba impaciente el improbable día en que, como en la famosa película, ella llamara dos veces a mi puerta.

sábado, 6 de junio de 2015

Caridad cristiana.



-"Yo puedo, tu puedes, él puede, nosotros podemos, ...
-...es suficiente! " la interrumpió Sor Piedad con su malhumor habitual. 
Maite González, en silencio y con la cabeza gacha, soportaba su altanería y sus desplantes diarios. Las que, como Maite, no teníamos posibles ni categoría para pertenecer al grupo de primera fila, solo estábamos allí por "caridad  cristiana" sentenciaba. Nos llamaban pobretonas. Pero no nos importaba...Convertimos su desprecio en fuerza: ¡ Por fin habíamos aprendido a leer!  
Cada noche, a la luz de las velas, los libros, tan inaccesibles antes, ahora nos regalaban la alegría que  durante el día ellas nos negaban.