Desgraciadamente para los dos nunca antes se encontraron. Hacía tan solo dos días que ambos habían visitado el mismo despacho de abogados. Ella entró unos minutos después en la siguiente puerta del pasillo y había salido unos minutos antes. Jamás llegaron a verse.
Durante su estancia en Londres, la pasada Semana Santa, habían estado también muy cerca. Él se alojó en el Hotel Hilton y ella en el County Hall, a pocos metros, justo en la acera de enfrente.
Cada día salían a correr al mismo parque. El de cinco a seis, ella de ocho a nueve porque prefería el aire fresco a la caída de la tarde.
Ambos trabajaban en la calle de los bancos. Probablemente alguna vez se cruzaron caminando apresurados para no llegar tarde a la oficina o cuando se tomaban el café de media mañana en la misma cafetería de confianza que, desde hace años, los dos frecuentaban.
Sus vidas no dejaron de intentar cruzarse durante mucho tiempo atrás pero el azar es voluble y caprichoso. Probablemente incluso alguna vez se miraron entre el ruido de la gente, pero sin verse realmente, como tantos otros.
Hoy él salió del trabajo diez minutos antes de lo habitual. Le dolía la cabeza y sentía una opresión en el pecho. No se encontraba bien. Quería llegar a casa y descansar. Tanto estrés le iba a matar.
Ella se retrasó unos minutos porque aquel último informe la ocupó más tiempo del que en principio había calculado. A las cuatro y veinte de aquel jueves de mayo cruzó la calle hacia donde tenía su coche aparcado, sin mirar, por un paso de peatones inexistente, absorbida por la insistencia de su teléfono móvil. Él tenía demasiada prisa por llegar a casa, su dolor provocó una reacción más lenta de lo debido y pisó un par de segundos tarde el pedal del freno. Solo acertó a ver cómo aquel cuerpo frágil volaba por encima de su coche y caía más allá de su campo de visión en otro par de segundos interminables. Cuando, angustiado, corrió hasta ella y miró su rostro algo en él le resultó familiar. Aún respiraba aunque muy débilmente. A pesar de la confusión del momento estaba seguro de que la conocía. Pero no conseguía recordarla.
No reparó en ella en la cafetería, ni en la calle, ni en Londres, ni en el parque, ni en el bufete de abogados.. Y ahora casi le había quitado la vida... Malditas casualidades.