martes, 9 de febrero de 2016

La mujer del cuadro.





         Me cautivó desde la primera mirada. Aquel rostro de mujer, medio oculto por sus propias manos, me eligió. Ahora lo sé. Sus ojos no podían verme y sin embargo los míos la reconocieron en un instante.

       Entré en aquella exposición aún no sé por qué. Paseaba sin rumbo fijo disfrutando del sol de la tarde y el bullicio habitual de una calle comercial a esas horas. Unos pañuelos de seda de vivos colores hicieron que me detuviera ante el escaparate. Junto a ellos estaba el cartel que anunciaba que eran los últimos días de la muestra de pintura. Mis pasos me habían llevado hasta allí así que me decidí a entrar. Sobre las paredes, de un blanco inmaculado, colgaban una docena de trabajos, llenando de color, y me atrevería a decir que de vida, toda la estancia. Los lienzos eran impactantes, los rostros difuminados contaban cada uno su historia, pero uno en particular captó mi atención inmediatamente. Una y otra vez me preguntaba quién era ella y qué historia se escondía en esos ojos que cubría con las manos de esa forma. Durante un buen rato olvidé mi propia existencia, mi amargura, mi tortura particular. 

        No lo pensé mucho. Cogí la tarjeta de la pintora y la llamé. Ningún problema, el cuadro estaba a la venta. Pocos días después y con él bajo el brazo el camino a casa se me hizo eterno. No veía el momento de que formara parte de mi universo particular. La mujer del cuadro me transportó al día anterior en que el doctor me había confirmado todas las sospechas. Mientras intentaba consolarme con estadísticas y probabilidades de mejoría yo hundí mi cara entre las manos, poniendo todo mi empeño en no llorar y en mantenerme fuerte. Me había hablado de cáncer así que habría que serlo. Sólo fue un momento de debilidad.  No podía, no debía permitirme más. Esa tarde tomé la decisión de que mis ganas de vivir y mi tozudez  me mantendrían en pie. La desesperación de la mujer del cuadro, su miedo, su impotencia, su tristeza, su dolor,… fueron los míos.  Esa tarde tomé la decisión de que mis ganas de vivir y mi tozudez me mantendrían en pie. 

         Ya han pasado dos años. Vivo el presente que he construido desde entonces. La mujer del cuadro me recuerda cada mañana, desde ese lugar privilegiado de mi casa donde la he colocado, junto a mis libros, cuál fue el principio, dónde está la vida y cómo la perdía tontamente. Me recuerda que hoy es lo importante y que mañana tal vez no exista nada, ni yo misma.

Fotografía: obra de la pintora grancanaria Gema Sánchez

jueves, 4 de febrero de 2016

Ya no.



  Cuánto te añoro, amor, amigo, 
  ya no te tengo.
  Ojalá supiera leer tus silencios.
  Si hoy pudiera sanar con besos tus múltiples heridas, 
  este frío que siento aquí adentro,                  
  dormiría lejos por siempre, junto a tu intenso dolor.
  Ya no queda en mí más deseo que aquél de aliviar tu soledad  
  Calmando tu ansiedad y tu derrota,                              
  tatuando tus grietas de calor y paz,
  sembrando de serenidad tu destino y de futuro tu verdad.
  Si supiera leer tus silencios                                
  quizás ya no te extrañaría tanto amor, amigo, 
  ya no te espero.