martes, 28 de julio de 2015

Casualidades.


     Desgraciadamente para los dos nunca antes se encontraron. Hacía tan solo dos días que ambos habían visitado el mismo despacho de abogados. Ella entró unos minutos después en la siguiente puerta del pasillo y había salido unos minutos antes. Jamás llegaron a verse.
    Durante su estancia en Londres, la pasada Semana Santa,  habían estado también muy cerca. Él se alojó en el Hotel Hilton y ella en el County Hall, a pocos metros, justo en la acera de enfrente.
    Cada día salían a correr al mismo parque. El de cinco a seis, ella de ocho a nueve porque prefería el aire fresco a la caída de la tarde. 
    Ambos trabajaban en la calle de los bancos. Probablemente alguna vez se cruzaron caminando apresurados para no llegar tarde a la oficina o cuando se tomaban el café de media mañana en la misma cafetería de confianza que,  desde hace años,  los dos frecuentaban. 
     Sus vidas no dejaron de intentar cruzarse durante mucho tiempo atrás pero el azar es voluble y caprichoso. Probablemente incluso alguna vez se miraron entre el ruido de la gente, pero sin verse realmente, como tantos otros.
     Hoy él salió del trabajo diez minutos antes de lo habitual. Le dolía la cabeza y sentía una opresión en el pecho. No se encontraba bien. Quería llegar a casa y descansar. Tanto estrés le iba a matar. 
     Ella se retrasó unos minutos porque aquel último informe la ocupó más tiempo del que en principio había calculado. A las cuatro y veinte de aquel jueves de mayo cruzó la calle hacia donde tenía su coche aparcado, sin mirar, por un paso de peatones inexistente, absorbida por la insistencia de su teléfono móvil. Él tenía demasiada prisa por llegar a casa,  su dolor provocó una reacción más lenta de lo debido y  pisó un par de segundos tarde el pedal del freno. Solo acertó a ver cómo aquel cuerpo frágil volaba por encima de su coche y caía más allá de su campo de visión en otro par de segundos interminables. Cuando, angustiado, corrió hasta ella y miró su rostro algo en él le resultó familiar. Aún respiraba aunque muy débilmente. A pesar de la confusión del momento estaba seguro de que la conocía. Pero no conseguía recordarla. 
     No reparó en ella en la cafetería, ni en la calle, ni en Londres, ni en el parque, ni en el bufete de abogados.. Y ahora casi le había quitado la vida... Malditas casualidades.

jueves, 9 de julio de 2015

Mientras llegas.
















Mientras te espero

imagino tu andar pausado, lento.

Suenan a lo lejos las campanas de la iglesia,

arrebatadas.

Mi corazón les sigue el paso, ya llegas.

Mientras, te sueño despierta.

Y me aguanto las ganas.

Y estas ansias que de tantas, duelen.

Mientras, te pienso.

En  mi mente solo hay  dudas,

recuerdos y deseos  me revuelven por dentro.

Deambulo perdida y sin rumbo

dueñas del silencio en  las calles, vacías de tí,

solo mis pasos resuenan. 

Pasa la vida y se quiebra mi voz.

Mi alma guarda silencio,

mientras, incansable te espero.

domingo, 5 de julio de 2015

El calendario.



      Había anotado con rotulador rojo en el calendario cada uno de los días de sus encuentros con ella. Los primeros meses había marcas dos veces a la semana incluso tres. A medida que pasaba el tiempo se fueron distanciando cada vez más. Le obsesionaba ese calendario. Se lo sabía de memoria y no conseguía separarse de él. Lo llevaba en el bolsillo de esa camisa, ahora llena de manchas, que ella le había regalado en su último cumpleaños. Hacía muchos meses ya que no sabía nada de ella. Probablemente habrá encontrado a otro iluso a quien usar y tirar,  pensaba, mientras lentamente repasaba cada mes de ese último año.

    La encontró en la playa tirada en la arena llorando desconsoladamente una noche de San Juan. Cuando se acercó su aliento a alcohol le hizo retroceder, pero sus ojos llenos de lágrimas pudieron más. La ayudó a salir de allí y ese fue el principio del fin. 
    Se enganchó a su piel, a su sonrisa y a sus ganas de vivir pero también a su inconsciencia. En cada uno de esos encuentros él descubría a una mujer diferente, mas joven, mas vital, mas subyugante que la anterior. Con ella llegó a sentir el placer más absoluto, siempre dispuesta. Ninguna mujer fue suya antes de esa manera casi obsesiva, lacerante. Con ella probó todas las posturas del kamasutra y otras muchas que juntos inventaron. También probaron  todas las drogas de curso legal ....o ilegal, que mas daba? Sentir, sentir...ese era el objetivo, ese era el fin.

    Ella solo había impuesto una condición y en eso era inflexible: nada de preguntas sobre quién era, dónde vivía o a qué se dedicaba. Y aunque se moría de ganas por saber, él nunca las hizo. 
    Cada una de esas preguntas resonaba en su mente mientras volvía a sacar del bolsillo de su camisa sucia aquel dichoso calendario. Temblando y sudoroso esperaba con ansiedad  al camello de turno, tirado en la arena de esa playa donde por primera vez la vio y que hoy era testigo de todas sus miserias. Ahora ya no sentía nada. Y ella ya no estaba.